Nosotros el ambiente swinger no lo conocíamos, para nada.
No lo buscábamos… nos lo encontramos.
O quizás fue él quien nos encontró a nosotros.
Metimos la cabeza para curiosear… y nos absorbió.
Y lo hizo como lo hacen esas pasiones que no avisan, que no piden permiso.
Al principio fue solo una mirada. Una conversación casual con gente que hablaba sin tapujos. Una cena donde, de pronto, los silencios ya no eran incómodos… eran intensos.
Y entonces, sin darnos cuenta, ya estábamos dentro.
Más allá del sexo
Sí, el ambiente tiene fama de ser libertino, desinhibido, carnal… y no vamos a mentir: todo eso está.
Pero lo que nadie te dice —porque solo se aprende viviéndolo— es que el verdadero centro de gravedad no es el sexo.
Es la complicidad.
Esa miradita cuando ves a tu pareja sonreírle a alguien. Ese gesto sutil cuando una mano ajena le acaricia la espalda y tú estás justo al lado, respirando... y disfrutando.
No hay celos. Hay química compartida.
No hay traición. Hay pactos.
Y sí, hay momentos incómodos, dudas, tropiezos. Pero también hay algo que escasea fuera del ambiente: conversación.
Hablar para follar mejor (sí, tal cual)
Y eso, créeme, cambia la relación desde dentro. Le quita el polvo, la rutina, el miedo.
De pronto, ya no hay secretos. Solo acuerdos. Ya no hay tabúes. Solo preguntas.
Y lo que empieza siendo un juego… acaba siendo un despertar.
Nosotros llegamos como turistas y decidimos quedarnos a vivir.
Porque el ambiente, cuando lo vives con honestidad y conexión, no es un lugar de paso.
Es un lugar donde muchas parejas se encuentran a sí mismas.
Nos cambió la vida (de verdad)
Y sí... te cambia. No solo el sexo. Cambia la forma de hablar, de mirar, de tocarte por la cocina.
Cambia cómo se discute, cómo se pide perdón, cómo se planea un finde.
Porque cuando las puertas del deseo se abren, también se abre el corazón... si sabes hacerlo bien.
Hoy lo sabemos. No buscábamos nada...
Y encontramos todo.
Amistades auténticas, caricias sin juicios, abrazos que a veces acaban en besos… y otras veces solo en miradas que lo dicen todo.
El peligro y el regalo
Nosotros creemos que la abrimos… para volver a entrar.
Más sabios.
Más libres.
Más unidos.
Y ahora, cuando alguien nos pregunta:
—“¿Pero esto del ambiente… no es peligroso?”
Contestamos con una sonrisa:
—“Sí. Puede serlo. Porque cuando entras… ya no quieres salir.”
Una noche cualquiera… y todo el sentido
Recuerdo una noche en la que, después de una experiencia intensa, nos metimos en nuestro dormitorio.
Nos tumbamos en la cama, desnudos, sin decir nada.
Solo nos miramos. Sonreímos.
Y supimos, sin hablarlo, que eso no había sido solo sexo.
Había sido amor.
No un amor cursi ni empalagoso. No.
Uno más profundo, más adulto, más sincero.
Uno que no teme los cuerpos ajenos, porque se sabe fuerte en el vínculo propio.
Nos quedamos
No es una terapia.
Y desde luego, no es para todos.
Pero cuando lo vives bien —con respeto, con acuerdos, con deseo compartido—, no solo te devuelve placer.
Te devuelve una versión más auténtica de ti, de tu pareja, y del vínculo que habéis elegido vivir.
Así que no.
No lo buscábamos.
Nos encontró.
Nos abrió.
Nos transformó.
Y sin duda alguna…
nos quedamos.
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